La importancia de una buena traducción para tu negocio y 3 razones para invertir en ella
Una mala traducción puede hacer perder mucho dinero a una marca, además de arruinar su reputación.
Eso es precisamente lo que le sucedió a Mango en la primavera de 2013. En sus tiendas físicas y virtuales ofrecía un modelo de pulsera llamado «esclava» que se vendía sin problemas en España. La firma de ropa, que tiene numerosos puntos de venta en Francia, decidió traducir tal cual al francés el nombre de este complemento y, en su sección de bisutería, ofreció varios «bracelet esclave».
Y es que traducir no es, simplemente, trasladar una palabra de un idioma a otro. Para realizar una buena traducción es necesario conocer muy bien la cultura de origen y la de destino. Solo así es posible evitar faltas como la anterior. Un traductor nativo o que ha vivido a fondo la cultura francesa se habría dado cuenta de que llamar esclave a una pulsera es una aberración en ese país. Y posiblemente en muchos más. Así lo hizo Suzuki, que tuvo que rebautizar su modelo de coche «Pajero» en «Montero» aquí en España, por razones obvias.
1. Una buena traducción para inspirar confianza
Los mercados son conversaciones, y muchas de ellas –la mayoría– se realizan por escrito. Ese es el motivo por el que los textos con los que se comunica una marca actúan como un escaparate: sirven para que los posibles clientes aprecien las cualidades de lo que ofrecen las empresas.
Por esa razón, es importante cuidar los textos, tanto en su versión española como en la que se utiliza para comunicarse en el mercado internacional. El CEO y experto en software estadounidense Kyle Wiens afirmaba hace poco en la revista Harvard Business que «la calidad de una empresa se mide por su escritura». Argumentaba que es muy difícil confiar en una firma que no presta la debida atención a detalles tan esenciales como la manera de comunicarse con sus clientes y proveedores.
Por otro lado, un texto tratado por un traductor automático y corregido por «mi sobrino que ha pasado un verano en Londres» no resulta natural ni fluido. Tampoco profesional. Eso es porque conocer una lengua no significa saber traducirla. Sin duda, una interpretación de un texto extranjero hecha por alguien que no es un profesional de la traducción tendrá inexactitudes y fallos culturales al estilo de la pulsera «esclava».
Es como esos textos mal traducidos que leemos en las instrucciones de muchos productos de poca calidad y que ofrecen una «cosedera que cose a la mano», juguetes sometidos a «examen estrico» y caramelos con «peligro que estrangula». Nos hacen reír en boca del humorista Luis Piedrahíta, pero nos invitan muy poco a consumirlos. No despiertan nuestra confianza.
2. Una buena traducción para gustar a Google
Pero no es solo una cuestión de imagen: Google, con su nuevo algoritmo Colibrí, premia la buena escritura y castiga la mala. Incluso, en determinados casos, puede considerar fraudulentos los textos con muchos errores. Este buscador, a la hora de posicionar los contenidos, tiene en cuenta lo que significa cada oración y no solo las palabras clave, como hacía antes.
Y eso implica que ayuda a que los usuarios encuentren en primer lugar la información bien escrita, sin errores ortográficos, gramaticales y de estilo. Este nivel de calidad nunca lo conseguirá una traducción amateur.
Es decir, resulta imprescindible cuidar la escritura para quien tiene en cuenta el SEO al redactar y traducir sus textos digitales. Los textos que se entienden fácilmente acaparan los primeros puestos en la lista de búsquedas, así como los que han sido redactados con escritura rica y elaborada, coherente, con sinónimos y términos precisos en lugar de generales («ser», «estar», «cosa», «tema»…). Tal tarea solo la puede hacer un conocedor de la lengua y de la cultura, un profesional.
3. Una buena traducción para rentabilizar la inversión
«Algo bien dicho conserva su sabor en todas las lenguas», afirma el escritor y crítico literario británico John Dryden. Eso supone que una traducción debe comprometerse con el espíritu del texto original, ha de cumplir el mismo propósito, generar idéntico impacto y transmitir todos los matices e intenciones.
El empresario que invierte tiempo, esfuerzo y dinero en ofrecer unos contenidos notables en la publicidad, en su web corporativa y en todos los documentos de marketing y comunicación pero pretende ahorrar en las traducciones de esos originales, está tirando el dinero. Especialmente si se plantea dar a su empresa un carácter internacional. Una buena traducción es el mejor remate para una conversación con el cliente de otras lenguas. Ese es el motivo por el que los buenos traductores solo realizan su trabajo en los idiomas que dominan y en las materias en las que están especializados.
Recientemente, un restaurante madrileño ofrecía a sus clientes extranjeros una carta en versión bilingüe. Los visitantes no daban crédito a lo que veían cuando junto a «Rape a la vasca» leían la versión en inglés «Rape at vasque art», o sea «violación a la vasca». Con toda probabilidad el jefe de cocina tiró a la basura muchos de esos rapes que los clientes foráneos nunca llegaron a pedir, por no hablar de los que decidieron no regresar cuando leyeron semejante barbaridad, que un traductor profesional habría evitado.
En síntesis, profesionalizar la comunicación es un imperativo para quien desea que su negocio se internacionalice, y eso implica contar con la ayuda de expertos en lenguaje y comunicación. Porque un traductor profesional, además, asesora a sus clientes acerca de la cultura del país en cuestión, de las costumbres y usos de sus habitantes, incluso de las conversiones en medidas, monedas, horarios, etc. Y, por supuesto, en la jerga… Es la única manera en la que un texto puede adquirir la cercanía necesaria para captar no solo audiencia sino también clientes.
A propósito de esto, existe una anécdota muy graciosa. Un periódico ruso tradujo a su idioma una columna que Maruja Torres había publicado en El País, en la que aparecía la frase «en España, cualquier parida va a misa». El diario soviético, desconocedor de nuestro lenguaje coloquial y del sentido figurado de nuestras expresiones, le dio el siguiente significado –en su idioma, por supuesto–: «En España, las mujeres que dan a luz van a la iglesia a dar las gracias.